Cuando mis tres hijos eran pequeños, en ocasiones colocaba una cámara de vídeo en la cocina para que grabara la cena familiar sin que lo supieran. ¿Os podéis imaginar la escena? Después nos reíamos viendo la grabación, tomando conciencia de las dinámicas entre nosotras, cómo nos interrumpíamos, las bromas que nos hacíamos, los ataques que recibíamos…
Ayer observaba que la dinámica y la conversación de nuestras cenas han cambiado con la edad. En el momento de elegir su futuro profesional, nos “pillamos” conversando sobre qué camino seguir una vez terminado el bachiller y el típico “¿En qué te gustaría trabajar?”.
Yo a su edad, ni conocía que existía un nombre para el trabajo que hoy desempeño. Y ni me hubiera imaginado que una disciplina como el “coaching de equipos” me daría tanta satisfacción.
Trabajo con equipos de personas que, aunque disponen de un gran recorrido profesional en el ámbito técnico, sienten que necesitan apoyo para constituirse como equipo directivo y liderar equipos de los que ahora son responsables.
Acompaño a equipos en el desarrollo de su propósito compartido, en el establecimiento de las reglas del juego y de la relación que mejor favorezca la realización de la tarea. Estoy ahí, buscando el alineamiento en torno a su objetivo, el desarrollo de la confianza y la corresponsabilidad, la comunicación interpersonal efectiva, la toma de decisiones, el manejo constructivo de conflictos, etc.
Encuentro, una y otra vez, que el funcionamiento de un equipo refleja las dinámicas de funcionamiento de la organización a la que pertenece, que hay patrones sistémicos de comportamiento que se repiten desde el equipo de dirección hasta los equipos de base.
En ocasiones, cuando estoy ante un equipo, en un momento de la reunión, me siento en una esquina de la sala y tomo “el papel de hacer de cámara de vídeo”. ¡Como aquella que ponía en la cocina cuando mis hijos eran pequeños!. Hacer de “cámara” no ha sido siempre fácil. He tenido que“desaprender”, dejando por un momento fuera mis conocimientos previos o mi tendencia a actuar como consultora, formadora o facilitadora. Y he tenido que aprender a desarrollar profundamente ciertas actitudes como:
- Escuchar sin juzgar, para devolverles lo que hay, como un espejo refleja la realidad. (Los espejos no juzgan, ni hablan. Bueno, excepto el de Blancanieves y ¡a veces el de nuestro baño cuando nos vemos los kilos de más!).
- Desarrollar la capacidad de leer estructuras más relacionales. Desenfocar la mirada para estar más atenta a los movimientos. Prestar atención a patrones y pautas de conducta. Identificar los modelos mentales presentes en el sistema. Saber escuchar el campo emocional colectivo, el nivel de energía que se genera y del impacto que tiene en el equipo, así como del impacto en mí. Y desde ahí desarrollar un mayor acceso a mi propia intuición, para “danzar” con lo que está pasando.
- Aprender a respetar y aceptar plenamente. Lo que pasa en un equipo no es bueno ni malo, sino que ofrece una información muy valiosa para aprender y avanzar. Todo tiene un porqué y un para qué en su desarrollo evolutivo como equipo. Me pongo al servicio del equipo, respetando su ritmo y su tiempo. Ningún árbol da sus frutos en una época que no le corresponde, por mucho que lo intentemos. Así es como el equipo asume su protagonismo y madurez. Confiando en que el equipo será capaz de encontrar el mejor camino dentro del nivel de evolución en el que se encuentre. Con humor y sin dramatizar, positivizando y normalizando todo lo que ocurra, sea lo que sea. Aceptando lo que hay, el equipo sale fortalecido siempre.
Y en todo momento siento un profundo agradecimiento hacia el equipo y la organización. ¡Me permiten entrar hasta la “cocina” de su casa! Realizo esta tarea con gran humildad porque yo soy solo una invitada a su equipo. Son ellos los que saben. No tengo las respuestas, yo devuelvo percepciones. Las respuestas están en su interior. Yo sólo les enciendo la luz ( de la cocina )para que las vean.
En febrero, comenzamos formación en coaching de equipos para profundizar en estos temas.
Qué impresionante es ver como los prejuicios nos impiden escuchar y nos distraen de lo que muestran los fenómenos. Me convenzo cada día que nuestra felicidad depende de nuestra mirada y nuestra postura ante lo que sucede, sin rechazar nada, si no que manteniendo lo percibido como información.
Este artículo me recordó a los 4 acuerdos toltecas de Miguel Ruiz.
Un abrazo
Axel