Recientemente he finalizado el itinerario formativo de “Coaching de Equipos” organizado por Emana.
La palabra“itinerario” refleja a la perfección lo que esta experiencia ha supuesto para mí: un camino de descubrimiento en el que el magnífico equipo de profesionales que imparte el curso me ha enfrentado a lo que Peter Senge llama mis “Mapas Mentales” y me ha ayudado a atravesar y superar las dudas sobre mi capacidad para enfrentarme a lo que califico como un verdadero reto: la intervención en un equipo. Estaba previsto, sin embargo, que en algún momento del trayecto experimentara esas dudas, para finalmente poder colocarme en un lugar en el que estoy dispuesta a probar y a aprender, tratando de aportar mi granito de arena a equipos que deseen dar un paso, sea cual sea su punto de partida, para avanzar en su eficiencia y cohesión como tales.
De esta experiencia, me llevo muchas ideas fuerza, pero me gustaría rescatar un concepto que de alguna manera ha estado presente a lo largo de todo el recorrido, apareciendo con distintas formulaciones pero, a mi modo de ver, con el mismo contenido: la suspensión del juicio.
Todas las personas tenemos esquemas mentales que hemos ido construyendo a partir de nuestra herencia, de nuestras experiencias, de las otras personas con las que interactuamos, de los acontecimientos que nos suceden, etc. Nos hemos acostumbrado a pensar que esos esquemas son objetivos y reflejan la realidad, sin darnos cuenta de que nuestra mirada está sesgada. Lo que resulta más inquietante es que, de acuerdo con esa mirada, nos permitimos valorar y juzgar los comportamientos y, lo que es peor, las formas de ser del resto de personas.
El coaching de equipos anima al coach a colocarse en una postura mucho más humilde y, no por ello, menos atractiva. Le invita a desenfocar a las personas para enfocar al equipo, a suspender el intento de tener que arreglar nada. Me parece retador tratar de asumir que si un equipo es como es, está bien y que su forma de conducirse traduce una finalidad subterránea que el coach como advenedizo no puede captar en su primera toma de contacto. Desde ahí, me parece sugerente acercarte a un equipo con la certeza de que de alguna manera lo que en el equipo suceda es probable que te contagie a ti como coach y estar dispuesta a devolverle en un ejercicio de reverberación las ondas que recibes, por si esto puede “resonar” al equipo y ofrecerle un elemento sobre el que ganar consciencia.
“Todo está bien”; “el equipo es mucho más fuerte que tú”; “no vas a romper nada”; “déjalos ser, déjate ser”; “escucha global”; “abandonar la falacia del control”… serán frases para mirar a las personas y a los equipos con generosidad, con una mirada en la que la relación lineal causa-efecto no es tal y se transforma en un círculo en el que todos somos responsables y creadores de los sistemas a los que pertenecemos.
Eskerrik asko Emana, ikastaroaren irakasleei eta kideei!!!!
¡Gracias Idoia por compartir tu experiencia y tus descubrimientos!.
Me ha llegado especialmente la propuesta de “suspender el intento de tener que arreglar nada” y la de “dejar ser” al equipo tal como es, que sus motivos tendrá, aunque a veces, desde fuera, sean dificiles de comprender.
Puede que alcance con mostrar lo que se observa desde fuera para que, si es el momento adecuado, esta toma de conciencia pueda surtir efecto y movilizar la energía del equipo hacia otro equilibrio más sano.
Y de esta forma el equipo en la nueva situación, de nuevo, estará bien, gracias!.
¡Buenas, y sútiles, intervenciones en equipos!
Eskerrik asko Borja. Efectivamente, poner entre paréntesis los propios mapas mentales y simplemente devolver al equipo lo que observas, como propones, es uno de los roles principales del coach de equipos. Me parece muy interesante tu reflexión sobre “el momento adecuado”, porque a veces intervenciones que en un momento no tiene efecto aparente, pueden producirlo con posterioridad o incluso cuando la persona coach ya no está trabajando con el equipo.
En todo caso, un reto, verdad?