No dejo de sorprenderme del impacto y el poder del “darse cuenta“.
Aplicado a los cambios personales y profesionales, este “darse cuenta” marca la diferencia entre seguir anclado a una situación problema o abrir nuevas posibilidades.
Te despiertas, inspiras consciente, sientes el cuerpo, surge un sentimiento de gratitud y sonríes, mientras te dices ¡gracias!. Te levantas y empieza el transcurrir del día.
Este mismo despertar puede ser rutinario, sin haberte parado a sentir, dejando pasar desapercibido aquello que está bien, o no tan bien, mientras dejas que la mente se llene de pensamientos como “¡uf! otro día más, no he dormido suficiente, tengo que hacer, no tengo tiempo…”
Entre uno y otro hay un instante en el que marcamos la sutil diferencia que nos va a llevar a una dinámica o a la otra. Esa sutil diferencia es el “darse cuenta”.
Sí, “darse cuenta” implica observar sin juzgar, es reconocer lo que sientes, lo que está bien y valorarlo, aún no siendo perfecto, y tomarlo como punto de partida desde el que podemos construir una nueva situación o escribir un guión diferente para esta jornada.
Al actuar así reforzamos pensamientos y juicios de posibilidad, la confianza en nuestras capacidades se consolida y generamos un cambio paulatino de actitud ante la vida, en nuestras acciones y relaciones.
Un cambio que se ha iniciado con un sutil detonante, “darnos cuenta” de lo que estamos sintiendo, pensando y haciendo desde los primeros instantes del día.
En esta línea, entiendo yo, está trabajando EMANA con sus propuestas, generando espacios en los que desarrollemos nuestra capacidad de “darnoscuenta”, nuestra capacidad de observación para comprender mejor las dinámicas de organizaciones y personas y avanzar hacia soluciones compartidas desde la corresponsabilidad.
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