Conocí a Arawana hace ya siete años y aún tengo muy viva en mi retina la imagen que utilizó para representar cómo solemos encontrarnos durante gran parte del día.
Tomó un rotulador con una mano mientras en la otra sostenía la tapa. Moviendo suavemente la mano en la que la sujetaba, dijo:
”A veces la mente está vagando por ahí, desconectada del cuerpo, y entonces, como si pusiéramos la tapa en este rotulador, volvemos a conectar mente y cuerpo. De esto trata el trabajo que vamos a hacer, de conectar mente y cuerpo en un mismo lugar, en una misma experiencia.”
Esta metáfora fue la base desde la que empezamos a trabajar la escucha a nuestro cuerpo, nuestra manera de ser parte del sistema. A lo largo de la semana fuimos profundizando en las prácticas que ahora no voy a desvelar (pronto las descubriréis). Tan solo diré que en mí quedaron las huellas de una experiencia única.
Lo bueno de trabajar con Arawana es que no necesitas tener conocimiento previo, no necesitas tener una conexión especial con tu cuerpo; tampoco necesitas saber bailar, ni nada por el estilo. Solo debes recordar que eres parte de un cuerpo social y que cada gesto que tú haces tiene una repercusión en el resto; lo mismo ocurre cuando otra parte se mueve, tú sientes y, de ese sentir, puede que emerja una postura, un movimiento.
En aquel taller del que os hablo, terminamos la semana sintiendo que estábamos más atentos a nuestra percepción corporal, abriéndonos a una percepción de trescientos sesenta grados, según Arawana. Ella nos recordaba que los sentidos más desarrollados y usados son los que apuntan hacia el frente, pero también podemos estar presentes 360 grados, ampliando así nuestra manera de estar en los sistemas.
Arawana provoca el diálogo con el cuerpo, y lo hace buscando el gesto genuino, pero sin expectativas, solo siguiendo lo que emerge al presentarnos al resto del cuerpo social.
Hoy, siete años después, la he visto de nuevo y al escuchar su voz y sentir su presencia, ha vuelto a mí aquella experiencia de aprendizaje. En ese momento he sido consciente del “efecto Arawana”, de lo que generó en mí su mezcla de dulzura en la palabra y firmeza en el gesto.
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