Las personas somos propensas a cometer errores; esta característica es inherente a nuestra condición humana. El error, lejos de ser un obstáculo, se convierte en una piedra angular de nuestro viaje de crecimiento. La supresión de la posibilidad de error nos lleva a entornos cómodos pero estáticos, donde el progreso se estanca en una falsa sensación de seguridad.
Abrazando la posibilidad de equivocarnos, ganamos la libertad de explorar opciones arriesgadas que pueden llevarnos al éxito.
Al abordar el error, nos enfrentamos a varios desafíos que pueden magnificar su impacto:
El error es un proceso, no un evento aislado
Cometido el error, la única opción de avanzar va de la mano de entender el origen del mismo, tomar responsabilidad y movernos a la acción. Si evitamos actuar por miedo o vergüenza, perpetuamos una situación cuyas consecuencias podían haberse mitigado de haber actuado con prontitud. La inacción tras cometer un error, multiplica exponencialmente las probabilidades de fracasar en el cumplimiento de tus objetivos.
El error no siempre es objetivo y va muy ligado a las expectativas de partida
Cuidado con plantearnos situaciones ideales poco realistas, seamos conscientes de nuestras fortalezas y capacidades a la hora de plantearnos objetivos. Quizás tu error no ha sido no entregar algo en plazo sino comprometerte a un plazo que no era posible de alcanzar.
El error no define nuestro valor profesional ni nuestra persona
Olvidémonos de la cruz escarlata por un momento. Normalicemos la existencia del mismo en los equipos y facilitemos la búsqueda de soluciones grupales en el caso de que emerjan. Dos cabezas piensan mejor que una a la hora de encontrar soluciones, más todavía cuando una no está pagando el peaje emocional que conlleva admitir el fallo.
Cometido el error, la gestión emocional se vuelve un imprescindible
Identificar la emoción que se genera, sea vergüenza, culpa, miedo, ira o frustración, darte cuenta del impacto de la misma y entender qué información te está trayendo es también parte del proceso. A partir de ahí, enfoca tu energía de forma prioritaria en encontrar los recursos que te permitan dar el primer paso hacia la solución. Atender a la emoción y sólo a ella, puede enquistar aún más el proceso.
Evitar el error a toda costa limita nuestro crecimiento
Debemos desafiar la creencia de que evitar el error es la única opción. ¿Realmente queremos renunciar a intentarlo? Apostar por un camino de crecimiento incluye dar espacio a la posibilidad de equivocarse de forma irremediable.
Así pues, cuidado con aquello que nos contamos. Trabajemos arduamente para la consecución de objetivos, pongamos toda nuestro conocimiento y experiencia en aras de alcanzar nuevas metas y de no tropezar dos veces en la misma piedra, pero aparquemos el látigo que tan fácilmente sacamos a la palestra.
Cuando cometas un error, recuerda hacerte estas preguntas:
- ¿Cuál es el origen del error?
- ¿Es realmente un error o un problema de expectativas poco realistas?
- ¿Qué puedo aprender del error? ¿Qué podría que haber hecho de forma diferente?
- ¿Cómo puedo convertirlo en éxito?
Ahora ponte un objetivo, piensa en el primer paso a dar, sé flexible ante posibles cambios de guion y persevera. Date cuenta de que quizás haya algo que tengas que cambiar en tu forma pensar, de abordar el problema o de relacionarte con tu entorno. Asume tu responsabilidad. Y si lo necesitas, pide ayuda.
El error, en última instancia, es un compañero de viaje. A diario te verás golpeado por problemas y errores de diversa magnitud. Pero para crecer y tener éxito, tienes que estar abierto a la posibilidad de cometer errores.
En nuestro desarrollo, aprenderemos a evitar errores en ciertas áreas, pero otros nuevos saldrán al paso. Y entonces, aprenderemos nuevamente.
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