En los equipos se habla mucho de la necesidad de crear espacios de seguridad y creo que, efectivamente, son necesarios. Sin embargo, el espacio de seguridad psicológica se asocia, a menudo, con la idea de mantener una buena relación en el equipo, un buen clima de trabajo, con la creación de un espacio confortable. Y no se vincula a la consecución de los mejores resultados posibles.
Parece que nos olvidamos de la necesidad de buscar retos, o de mantener conversaciones que, pudiendo ser difíciles, también son necesarias para generar aprendizaje, crecimiento e innovación.
¿Un espacio confortable en el que nos cuidamos?
En mi experiencia, esta idea de espacio de seguridad, entendido como un espacio confortable, se parece a la idea de “nos cuidamos” o “cuidamos la relación” que, en el espacio de los equipos, alude a distintos significados implícitos.
Escucho mucho “nos cuidamos” y pocas veces concreciones claras de lo que esto significa. Y esta indefinición suele ser un arma de doble filo.
A lo largo del tiempo, me he encontrado con equipos donde cuidar acaba significando algo así como “no me digas lo que no va bien porque me hace daño o me resulta incómodo”, o “no digo lo que procede para no molestar o por miedo a dañar la buena relación que tenemos”.
Mencionar el “cuidarnos” también suele servir para mantener una armonía artificial y sobrevalorar los consensos rápidos, en detrimento de la discrepancia o de la crítica constructiva, que pudieran enriquecer las decisiones que se toman.
Otras veces significa que “me cuiden”. Pero casi nunca significa cuidar el sistema y su propósito que, en un equipo, en una organización, es la única razón que nos convoca.
Del espacio privado al espacio público
Esta idea de cuidados se transpone directamente del espacio privado al público sin ninguna redefinición para ajustarla a este último contexto. Y me explico:
- En el espacio privado necesitamos cuidar a las personas dependientes, y esto significa algún grado de protección.
- El contexto organizacional es un espacio de relación de interdependencia entre personas adultas de igual valor y no tiene sentido el cuidado como protección. Lo que tiene sentido es el respeto y la consciencia de las interdependencias.
En la medida en que protegemos, corremos el riesgo de disminuir a la otra persona. Le quitamos su responsabilidad, nos colocamos por encima y tendemos a asumir lo que creemos que la otra no puede hacer; infantilizamos la relación y bloqueamos la posibilidad del crecimiento mutuo.
Además, en la medida en que protejo, garantizo también mi propia protección, generándose así una dinámica implícita —y muchas veces inconsciente—, del tipo de “si me dejas en paz yo te dejo en paz”, “si no me retas yo tampoco”, “si metemos la pata nos cubrimos”.
Consecuencias de una mala interpretación de la seguridad psicológica
El efecto que esta manera de relacionarse tiene en los equipos suele concretarse en callar o medir muy mucho lo que procede decir (diferentes perspectivas, propuestas nuevas, desacuerdos, críticas constructivas, errores, tensiones). Y esta manera de estar y hacer suele colocar al equipo en una línea de bajo desempeño que repercute en los resultados que obtiene.
En ambos casos, cuando entendemos los espacios de seguridad psicológica como espacios confortables y cuando la idea de cuidado la extrapolamos de la esfera privada a la pública, lo que ocurre es que se pone la tarea al servicio de la relación. Sin embargo, lo que toca en un equipo es justamente lo contrario: poner la relación al servicio de la tarea. Es decir, preguntarnos cómo nos vamos a relacionar para hacer la tarea de la mejor manera posible.
La seguridad psicológica con la tarea en el centro
Poner la relación al servicio de la tarea significa ligar la seguridad psicológica con el alto desempeño. Y esto no es fácil. Porque las personas, ante el posible peligro de ser ridiculizadas, rechazadas, o de perder el sentido de pertenencia, preferimos callar.
Las personas no queremos que nos vean como incompetentes, intrusivas, conflictivas o negativas. Por eso nos escudamos en expresiones como estas para mantenernos en un espacio cómodo:
“Si digo que no sé del tema pensarán que no soy competente”; “Lo va a interpretar como algo personal”; “Si le doy feedback de mejora se enfadará y la cosa irá a peor”; etc.
Si tiramos del hilo, todas esas creencias llevan al mismo lugar: una sensación, en última instancia, de rechazo y pérdida del sentido de pertenencia.
Un espacio de seguridad no es un espacio de comodidad
Cuando trabajo con equipos insisto mucho en que un espacio de seguridad no es un espacio de comodidad. No se trata de estar de acuerdo para resultar agradable, ni de llegar a esa especie de armonía ficticia en torno a lo de siempre, a lo que ya sabemos, en aras de la cual casi cualquier cosa vale, aunque se resientan los resultados. Tampoco se trata de ser políticamente correcta en las reuniones y luego plantear los desacuerdos o las críticas en cualquier otro lugar. Es más bien todo lo contrario.
La seguridad psicológica trata de evitar la amenaza percibida de la pérdida del sentido de pertenencia. Se trata de generar un espacio en el que no necesite protegerme.
Como dice Amy C. Edmondson[1], la seguridad psicológica permite la apertura sin malicia o hipocresía y funciona en un entorno de respeto mutuo.La seguridad psicológica, ligada a un alto desempeño, consiste en generar un espacio de respeto mutuo para que las personas del equipo puedan ser honestas, expresar todo su potencial, hacer propuestas y tomar iniciativas, plantear diferentes perspectivas, críticas constructivas, establecer objetivos y retos ambiciosos, colaborar, plantear los errores y aprender de ellos, hablar de lo que no va bien, plantear tensiones, mantener conflictos productivos. Es decir, hablar en vez de quedarse calladas, y aprender unas de otras para realizar una trabajo complejo e innovador.
Y esto parece que es lo que procede cuando nos movemos en entornos complejos, inciertos, que muchas veces requieren aprender sobre la marcha.La construcción de este tipo de espacio en un equipo no es algo rápido que se ventile con unos cuantos acuerdos poco conversados, con la expectativa de que se cumplirán al día siguiente. Lleva su tiempo, implica conversaciones en equipo y es un proceso que hay que sostener día a día. No hay un lugar de llegada donde ya está hecho. Es un proceso de aprendizaje en el que las personas necesitamos probar para constatar que las amenazas percibidas no se producen.
Para finalizar, una paradoja. En tiempos de alta complejidad, de aceleración constante y de incertidumbre, los espacios de seguridad psicológica son claves para alcanzar un alto desempeño. Sin embargo, factores como el aumento de las cargas de trabajo y la mayor presión por los objetivos hace que el tiempo destinado a su construcción se viva en muchos casos como un tiempo que se detrae de la tarea. ¿Podemos pagar el alto coste que supone y supondrá no hacerlo?
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