Normalmente nuestra mirada anda distraída; no llegamos a caernos en agujeros ni a tropezarmos con los árboles. Es como si viéramos lo suficiente para comprender, sobrevivir y hasta disfrutar. Esta manera de percibir la vida nos permite ampliar la mirada, incluir en el campo de visión más territorio, intuir formas cuando se cruzan objetos; oler y escuchar, además de ver.
En ocasiones, aparece un detalle que nos atrapa: puede ser una pincelada en un lienzo, una pequeña grieta en una pared, un cuadro ligeramente torcido, los dibujos de las baldosas en el suelo… Confesaré que aún hay momentos en los que decido no pisar las líneas.
En nuestras organizaciones sucede lo mismo. Nos movernos por proyectos, reuniones y conversaciones; da igual si se trata de un momento de concentración en una tarea concreta o de dispersión y pérdida del tiempo. Decenas y cientos de estímulos nos rodean, somos conscientes de algunos y, con otros, bailamos de una manera más ligera y despreocupada. Es un ejercicio cotidiano, natural y vital.
Pero a veces algo llega al mundo de las ideas y empezamos a pensar y sentir. Se activa una alarma de precaución, una mirada de emoción, salimos de un encuentro con buenas sensaciones… De entre todos estos estímulos, unos pocos acaban por atraparnos, por fijarse, y nos podemos encontrar con que “la historia se repite”, con la sensación de que “nos la cuentan por demasiados lugares”. Tal vez queremos hacer diferente pero sentimos que todo nos lleva a volver a hacer lo mismo.
Ante esta situación, nuestro trabajo consiste en hacer más lento, contrastado y, por lo tanto, consciente todo lo que estamos construyendo de manera natural e inconsciente. En este proceso, me encuentro con personas que se defienden de un espacio donde conectamos con las emociones; otras que cuestionan la validez de cualquier invitación a cambiar. Hay quienes levantan muros de pretendida objetividad contra las herramientas que nos permiten conectar con los pegamentos y la intersubjetividad, en lugar de con los detalles.
Pues bien, con cuidado, respeto y rigor, nuestro trabajo da espacio y lugar a las emociones que ya estaban presentes, que nos confirman que es imposible permanecer sin cambiar reflexionando sobre el equilibrio entre lo que permanece y varía. Se apoya en todas las gramáticas posibles del lenguaje del cambio para realizar “desencantamientos” a quienes se quedaron fijados en los detalles y a lo que se repite aunque se sepa que no funciona.
Sobre esta capacidad de reconectar con nuestra mirada más sistémica, nuestra inteligencia más kinestésica, de percibir cómo contribuimos a sostener ciertas dinámicas que nos hacen daño para poder dar primeros pasos hacia escenarios más funcionales, trabajaremos en noviembre en la propuesta “Trabajo con figuras y herramientas sistémicas con equipos y organizaciones”.
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