A veces, en los equipos, la energía se concentra en intentar superar los obstáculos: aquello que parece impedir avanzar o alcanzar un objetivo.
Surgen entonces síntomas conocidos: reuniones que se repiten sin resolver nada, falta de comunicación entre áreas, conflictos que se reactivan una y otra vez, o la sensación de que todo esfuerzo cuesta el doble.
El sistema parece atrapado, y gran parte de la energía se invierte en luchar contra lo que bloquea, más que en avanzar hacia lo que se desea construir.
En la mayoría de los entornos organizacionales, un obstáculo se entiende como algo negativo: una traba, un error, un freno, algo que hay que eliminar o resolver cuanto antes para poder avanzar. Desde esa mirada, los obstáculos consumen energía, generan frustración y se asocian a la falta de eficacia o coordinación.
Pero si cambiamos de enfoque, el obstáculo puede revelar algo distinto.
Podríamos decir que un problema requiere una solución directa, mientras que un obstáculo es un indicador del sistema: señala que hay algo que necesita ser visto, cuidado o actualizado para que el movimiento sea posible.
A menudo, el obstáculo es un recurso que se agotó, o un aprendizaje del pasado que ya no encaja en el presente. Al reconocerlo, deja de drenar energía y puede transformarse nuevamente en apoyo: un mensaje que muestra dónde se esconde el próximo recurso.
En ese punto, tiene sentido hablar de qué entendemos por recurso: llamamos recurso a todo aquello que sostiene el avance, amplía posibilidades o aporta energía al objetivo. A veces un recurso es una cualidad, una relación, una práctica o una forma de pensar que ayuda a conectar con lo que sí funciona.
Transformar un obstáculo en recurso no significa negarlo, sino integrar su información y devolverle su capacidad de sostén.
Entonces, en lugar de preguntarnos “¿cómo eliminamos esto?”, podríamos explorar:
“¿Qué está intentando cuidar este obstáculo?”
“¿Qué función cumplió en otro momento?”
“¿Qué parte de nosotros o del equipo necesita ser reconocida antes de avanzar?”
Ese cambio de mirada transforma la manera en que un equipo utiliza su energía: de luchar contra lo que bloquea a descubrir lo que sostiene.
Reencuadrar los obstáculos: del bloqueo al sentido
Podemos mirar los obstáculos de distintas maneras. Cada una muestra un tipo de cuidado diferente dentro del sistema.
1 – Obstáculo como recurso agotado o desactualizado
A veces seguimos utilizando una estrategia que fue útil en otro momento, pero que hoy se volvió limitante.
- La prudencia que antes evitó errores ahora impide decidir.
- El control que trajo orden ahora bloquea la innovación.
Preguntas que abren:
¿Qué parte de esto funcionó bien en el pasado?
¿Qué necesitaría este recurso para volver a ser útil hoy?
¿Qué podría reemplazarlo o actualizarlo?
2 – Obstáculo como inercia sistémica
Es el eco de una manera de funcionar que se instaló y sigue actuando por costumbre o protección.
- “Aquí siempre lo hicimos así.”
- “Mejor no arriesgar, por si sale mal.”
Preguntas que abren:
¿Qué está intentando cuidar esta forma de hacer las cosas?
¿Qué parte del sistema se sentiría en riesgo si esto cambiara?
¿Qué podríamos conservar de lo anterior mientras avanzamos hacia lo nuevo?
3 – Obstáculo como límite ecológico del sistema
A veces el sistema simplemente ha llegado a su capacidad actual. No es resistencia, es un ritmo natural que pide integrar antes de seguir.
- Equipos saturados por demasiados cambios.
- Procesos que necesitan consolidarse antes de crecer.
Preguntas que abren:
¿Qué necesita este equipo para poder sostener el próximo paso?
¿Qué ritmo sería sostenible?
¿Qué parte del proceso necesita completarse antes de avanzar?
El resultado:
Cuando aprendemos a mirar los obstáculos desde esta lógica, la energía del sistema cambia. La conversación se vuelve más constructiva, las tensiones pierden rigidez y los equipos recuperan su capacidad de aprender y avanzar.
Los obstáculos no son enemigos del progreso; son mensajes del sistema que señalan dónde se esconde el próximo recurso.

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