Desde hace un tiempo escribo en este blog sobre temas que se cruzan en mi camino de diferentes formas, encendiendo de algún modo una chispa que va creciendo hasta que da forma a una idea. Muy a menudo estas chispas llegan a través de personas de mi alrededor, personas que me nutren y cuya perspectiva de la realidad me ayuda a ampliar mi propia visión.
En este tiempo, por ejemplo, he analizado cómo lo profesional se mezcla a menudo con lo personal y he comprendido que los aprendizajes personales pueden ser una fuente de recursos y posibilidades en lugar de un lastre. Me he hecho, en vuestra compañía, preguntas sobre cómo contribuir a este mundo en transformación y me he permitido revisar mis patrones basados en recuerdos e ideas acerca del dinero.
He escrito también sobre la necesidad de estar más presente en mis acciones diarias para poder concretar y no vivir en un eterno posponer. Y, aunque a veces vuelvo a esa vida sin mí de la que un día os hablaba, me esfuerzo por prestar atención a mi mente, por ver si viaja en el pasado o si vuela en el futuro, para disfrutar con mayor intensidad de los pequeños detalles que me da el presente: un simple desayuno, un café o la lectura de un mail.
Así es que hoy, con todas estas reflexiones detrás, me pregunto: ¿y si parara? ¿Y si paro y miro dónde estoy mirando? ¿Si paro y miro donde me llevan mis pies?
Creo que no siempre somos conscientes de la dirección en la que nos va llevando el río de la vida. Es cierto que está bien dejarse llevar, de manera fluida, tomando y aceptando como nos va llegando la vida. Sin embargo, eso no puede implicar perder nuestra gran capacidad de tomar decisiones.
Porque lo que nos diferencia de animales y plantas es, precisamente, la capacidad de ser conscientes de nuestro aprendizaje y del tiempo en que nos movemos. La de decidir al respecto. O la manera en que capitalizamos hoy un aprendizaje de ayer, que podremos transmitir mañana. Así se ha hecho desde siempre.
Por eso, con todo lo que llevo dentro, hoy me paro y miro hacia dónde voy. Valoro si de verdad la dirección que llevo es la que quiero y si no, la corrijo. Pongo en sintonía mi cuerpo y mi mente, mis ojos, mi tripa y mis pies. Y desde ese lugar miro mis pies, levanto la vista y miro al horizonte. Y si lo que veo me gusta, sonrío. Si no, simplemente giro el cuerpo y tomo una nueva dirección.
¡Te animo a que pruebes!
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