El avión llevaba retraso. Nos habían cambiado los asientos y mi sobrina y yo no podíamos sentarnos juntas. Y no, me aseguró la persona de la puerta de embarque, mi estatus de viajera frecuente no servía de nada en este caso. Estaba con jet lag, irritada y preocupada por perder la conexión en Londres.
Cuando respondí con frustración al personal de tierra, vi la mirada de mi sobrina de 15 años. La expresión en sus ojos me dejó paralizada: decepción.
De pronto me vi a través de sus ojos, como una más: una estadounidense molesta y con aires de superioridad. Pero no como una persona adulta. Como la adulta. En ese instante comprendí que el rango es, por encima de todo, presencia. Algo que tiene peso, lo sepamos o no. Nuestro poder enseña, aunque no tengamos intención de hacerlo.
Es como un currículum no escrito: expectativas sutiles e invisibles que acompañan al hecho de tener influencia. Se refleja en lo que decimos y en lo que no. En cómo actuamos cuando algo sale mal. En esos pequeños momentos que indican a los demás qué está bien y qué no.
Este currículum no escrito se manifiesta tanto en los roles de poder formales como en los informales. Si ocupas un cargo directivo, la gente se fija en ti:
- Cuando dejas el móvil a un lado para que las personas se sientan escuchadas.
- Cuando preguntas cómo está alguien antes de entrar en materia.
- Cuando invitas a tomar un café a la persona nueva porque nadie más lo ha hecho.
- Cuando acabas las reuniones a las y 50, aunque el calendario diga en punto.
¿Y si no tienes un cargo? También tienes poder. Quizá eres quien lleva más tiempo en el equipo. O quien mantiene la cohesión emocional. O simplemente, las personas acuden a ti para pedir consejo. Eso también cuenta. Tus pequeños gestos marcan el tono:
Te ofreces a acompañar en el proceso de incorporación a alguien nuevo.
Sales del bucle del cotilleo diciendo que no te sientes cómoda con esa conversación.
Llegas a la hora, incluso si otras personas no lo hacen.
A veces, lo que no haces es lo que más enseña. Una clienta que acababa de ser promocionada a un cargo ejecutivo salió a tomar algo con su equipo, como siempre había hecho. Pero esta vez algo no encajaba. No se sentía cómoda con las bromas, las confidencias o los chismes. Más tarde me dijo: “Me di cuenta de que ya no era apropiado comportarme como una más del grupo”.
No ocurrió nada en particular. Pero ella supo que no era el tono que quería marcar. Y actuó en consecuencia.
Por eso el liderazgo no va solo de estrategia o de tomar decisiones. También se construye en los comportamientos más pequeños. Esas señales mínimas moldean la cultura mucho más que cualquier declaración de valores. Porque el poder enseña con el ejemplo. Y siempre hay alguien observando.
Entonces, ¿cómo usar nuestro rango? ¿Cómo ocupar con responsabilidad el lugar que tenemos, lleve título o no?
- Reconoce el poder que tienes. Ya sea tomando decisiones o siendo un ejemplo silencioso, influencias a las personas que te rodean. Sea cual sea tu nivel de influencia, es importante asumirlo.
- No esperes a que te den permiso. El poder informal no se concede, se reconoce. Nadie te lo da, ni te indica cuándo usarlo. Hay que asumir el riesgo, alzar la voz, cambiar el tono, hacer lo que nos gustaría que alguien más hiciera.
- Amplía tu rango. Liderar puede requerir salir de tu zona de confort. Una amiga mía tuvo que cerrar su empresa tras 20 años. Es una persona reservada e introvertida, y comunicar esa noticia le exigió liderar de una forma que no le era natural. Pero era lo que la situación necesitaba.
El poder no solo conlleva responsabilidad. También implica visibilidad. Y muchas personas aprenden lo que es liderar observando cómo otras personas usan su poder.
Gracias por leerme.
—Julie
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